Beata Ana de San Bartolomé – 07 de junio

La Beata Ana de San Bartolomé (7 de junio) es uno de los pilares del carmelo teresiano, a la que debemos mucho los que amamos este carisma. De las monjas fieles, luchadoras, impregnadas del espíritu teresiano, que se enfrentaron a frailes, generales y obispos para conservar el espíritu de Nuestra Madre. De las santas, en fin. Lega, fundadora, priora, mística, intuitiva, consejera de gobernantes, libertadora de los cristianos… Muchas cosas podríamos decir de ella, leyendo sus cartas y su autobiografía, escrita por obediencia a los superiores. Por falta de tiempo no puedo hacer un artículo como se merece (suponiendo que pudiera hacerlo yo), sino que os brindo un sencillo resumen del libro «La Beata Sor Ana de San Bartolomé. Una maravilla de Dios», del agustino recoleto P. Ángel Peña. 

Ana García Manzanas nace el 1 de octubre de 1549, sexta de siete hermanos, e hija de Alonso Sánchez y María Sánchez. De su infancia sabemos que dedicaba largos ratos a la penitencia y la oración y que tuvo la gracia de ser acompañada frecuentemente por el Niño Jesús, que según ella crecía, se iba mostrando de su edad. A los diez años habían muerto sus padres y fue enviada como pastora por sus hermanos. A los 13 años la quieren casar, pero ella desecha a todos los pretendientes y suplica a Dios la libre de matrimonio alguno si no es con Él mismo. Tiene una revelación de una orden nueva: carmelitas que viven la regla primitiva, y con ellas quiere entrar. Rechaza a las jerónimas, que la invitan a profesar con ellas. Los hermanos le dicen que de carmelitas fundadas por «una loca llamada Teresa«; nada, que si quiere, a las jerónimas. Uno llega a acuchillarle. Finalmente su tío intercede por ella y la llevan a Ávila, donde le dilatan la entrada y mientras, los hermanos le hacen la vida imposible, cargándola de trabajos todo el día. Al fin, el 2 de noviembre de 1570 entra al monasterio como hermana lega, siendo la primera de la descalcez.

Sin Teresa 

Enterrada la Santa en Alba, quiso Ana quedarse a la vera de su cuerpo, pero fue enviada a Ávila, su verdadero convento. Fue testigo entre 1583 y 1588 de las desastrosas e indignas traslaciones del cuerpo de Santa Teresa, de Alba a Ávila y viceversa. Tuvo, como otras religiosas, apariciones de la santa, ya fuera bendiciendo a la priora, en el coro sentada entre las demás monjas, o sintiendo el mismo olor que expedía su cuerpo incorrupto en varias estancias del convento de Ávila.

En 1591 María de San Jerónimo es nombrada priora del convento de Madrid para atajar un atisbo de separación de las monjas de dicho convento, y llevó consigo a nuestra beata a dicha ciudad. En 1595 la llevaría consigo a la fundación de Ocaña, donde permaneció hasta 1598 y se fraguó la tercera y definitiva parte de su vida. Ella lo cuenta: 

«Estando en esta fundación de Ocaña, la noche de Navidad, después de los Maitines, me quedé recogida y en sueños me mostraron la venida que había de hacer a la Francia. Entráronme en un mar muy oscuro que me daba temor y me enviaron con unas compañeras que no eran mis conocidas, sino una conocí después en este recogimiento. Me hallé forzada mi espíritu antes de esta vista en un vivo deseo de ser mártir, y aunque algunas veces se me han apretado estos deseos, no tan perfectos como esta vez, que me hallaba con una conformidad y gozo, tomándolo por Dios con el más encendido amor que en esta parte he tenido (…) Se me mostró Nuestro Señor como cuando andaba por el mundo, mas con grandísima hermosura y Majestad, pero por otra parte afligido, dándome a entender la mucha pena que tenía y tocándome en el hombro, me dijo: “Hija, ayúdame. Mira las almas que se me pierden en Francia”. Y fuéme mostrando todo el reino y estas tierras de por acá cómo se están abrasando en herejías y grandes pecados. Y de aquel tocarme en el hombro me parece descargó su pena y me la dio a mí tan grande y sentí tan gran dolor que me parece me moría. Los efectos con que quedé de este arrobamiento y visión fue un amor tan abrasado con aquellas almas y las de todos mis prójimos que me parece me iba secando«. 

Con teresa 

En 1571, siendo novicia aún, conoce a la Santa Madre Teresa de Jesús (15 de octubre y 26 de agosto), que al verla, dice: «Aunque sea novicia, llévenla a mi celda, que quiero que sea mi compañera«. Siendo priora la santa en la Encarnación le dará permiso para la profesión, que ocurrió el 15 de agosto de 1572. Fue tornera y enfermera. Jamás estaba ociosa y aún de priora, si iba al locutorio, hilaba, cosía, escribía o rezaba el rosario.

En 1574 enferma de cuidado, por lo que la Santa no puede llevarla consigo, como quería, a las fundaciones de Beas de Segura y Sevilla. Vuelta la santa de Sevilla, encuentra gran pobreza en el monasterio, y varias enfermas por el hambre que pasaban. Pone a Ana de enfermera y esta, por obediencia, arrastrando su enfermedad, consuela a las otras y mejora su salud. Desde ese momento, comienza a atender a la Santa y no se separará de ella hasta ayudarla a morir en sus brazos. Juntas vivieron los caminos calurosos o fríos, secos o húmedos; los desplantes de Burgos y las alegrías de Palencia. Juntas por esos mundos: 

Valladolid, Salamanca, Villanueva de la Jara. Juntas padeciendo, riendo, enfermando y sanando. Juntas temieron la persecución de los «calzados», la angustia por la prisión del Santo Padre, los ataques a Gracián y el casi derrumbe de la obra teresiana. Juntas agradecieron a Dios por el Capítulo de Alcalá de Henares. Juntas, en fin, llegaron a Alba de Tormes el 20 de septiembre de 1582, para morir la santa el 4 de octubre del mismo año, sostenida por Ana de San Bartolomé.

Un alma mística 

Varios dones místicos tuvo Ana de San Bartolomé, como la bilocación: Sabiendo que su confesor, el P. Juan de San Cirilo estaba para morir, oró por él, se sintió arrebata y se vio a su lado, recomendándole un remedio al enfermero. A los pocos días el antes enfermo fue al monasterio a darle las gracias. Tuvo muchos éxtasis, mediante los cuales contemplaba y comprendía misterios de la fe, como la Santísima Trinidad, o la presencia de Cristo en el Sacramento. Tuvo don de conocimiento de las almas, y lo usaba para orar por los demás, y para aconsejar a religiosas y seglares, sin que estos le contasen sus problemas, o antes que lo hicieran, si iban a visitarla. Varios milagros realizó en vida, como multiplicar el dinero de un mercader que les había dado a guardar una suma, sanar a hermanas de melancolía, fiebres, dolores de muelas o de cabeza. Y todo con sencillez, discreción y naturalidad, sin alterar sus oficios, ni pavonearse por ello.

Sufrió ataques y tentaciones del demonio, al que llegó a ver en forma de perro gigante en la cocina de Ávila. Se le enfrentó diciéndole que no le temía, y que más prefería tener a siete demonios en el monasterio que a un solo hombre, con lo que el diablo se esfumó por la chimenea. Otro ataque del demonio lo venció con la oración, y como premio vio como San Juan Evangelista, San José, Santiago Apóstol y San Bartolomé bendecían la casa derramando agua bendita. Como no podía ser menos en una carmelita, fue hija amantísima de la Virgen María. Escribe en su autobiografía: 

«Estando una vez en la fiesta de Navidad haciendo mi oración, adoraba las llagas de los pies de Jesucristo y vínome a la memoria: “Ahora, Señor, venís niño, y Vos en la cruz. ¿Qué haré de veros siempre así, oh Niño?”. Y en ese momento se le apareció la Virgen con el Niño en sus brazos mostrándomelo desnudo y pequeñito como lo tenía en sus sagradas entrañas y tenía en sus pequeñitos pies señaladas las llagas como llagas con unas gotas de sangre, que parecía le habían caído como señalados los clavos que había de tener«

De su devoción y trato frecuente con los santos, dice, igualmente en su Vida:

«Tuve devoción (desde niña) con los gloriosos San José, San Juan Bautista, San Francisco, San Bernardo y el arcángel San Gabriel, y a cada uno rezaba un padrenuestro y un avemaría cada día, y tres a las once mil vírgenes a quienes rogaba guardasen mi castidad (…) Una vez, el día de San José, habiéndome levantado, me puse en oración diciendo que como estaba mala me pesaba de no poder solemnizar su fiesta como yo quisiera. Entonces el glorioso San José me representó todas las mercedes que Dios le había hecho desde su niñez; de que quedé tan consolada y elevada que, si no me hubiera ido a la mano, me hubiera hecho mucho daño. Y cuando empezaron los cantores a cantar la misa, estaba fuera de mí«.

Tal vez la revelación más conocida, y representada en los ambientes carmelitanos, por su trascendencia es aquella donde vio a Nuestro Padre San Elías (20 de julio; 12 de enero, en la Iglesia Oriental, la ascensión al Paraíso; y 20 de junio, traslación de reliquias a la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla) bendecir el importante Capítulo de Valladolid de los descalzos:

«Una vez, estando nuestros padres en capítulo en Valladolid, habiéndose juntado de toda la provincia para definir cosas de la Orden y hacer prelados, acabando de comulgar que era cuando querían entrar en el Capítulo, yo los estaba encomendando a Dios. Y mostróme el Señor al santo padre nuestro Elías, que estaba sobre el convento donde estaban juntos, en una manera de nube como fuego, tendida su capa y abiertos los brazos sobre ellos, mostrando darles su espíritu. Y acabado el Capítulo vino el provincial a nuestro convento de Ávila, que era el padre fray Nicolás [Doria], un santo varón, y dijo a la Priora que había tenido un Capítulo de cielo que, entrando los frailes en él, se hallaron tan suspensos y recogidos que ninguno discrepó de otro en cuantas cosas se ordenaban. Y todos tenían un mismo espíritu sin hablarse los unas con los otros. Y dividían entonces las provincias y todos a una voz dijeron: ‘llamemos ésta de San Elías’ [provincia de Castilla], que parece en esto que sentían su espíritu. Y así lo dijo el provincial: ‘Este Capítulo ha sido de Dios y de su Santo Espíritu por los efectos que todos me han confesado y lo que yo he sentido’«.

Y muchos más dones y virtudes podríamos relatar, pero necesitaríamos mucho más espacio y tiempo.

Por: Aciprensa

 

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