En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Palabra del Señor
Medita:
Tenemos aproximadamente unas cuarenta y seis (46) parábolas de Jesús en los Evangelios: es difícil decir cuál de todas las parábolas de Jesús es la más hermosa o la más significativa: el hijo pródigo, Epulón y Lázaro, el rey misericordioso, el buen samaritano, el banquete de bodas, los viñadores malvados, el sembrador, el trigo y la cizaña.
¿Quién no ve retratado en esta parábola el inmenso amor misericordioso del Padre por nosotros, sus hijos, que siempre perdona nuestras faltas? Y, en cambio, nos cuesta, o evitamos identificarnos con la actitud despiadada de este siervo hacia su compañero, que le debía unos cuantos centavos; y, sin embargo.
Sin embargo, Jesús pareciera insistir precisamente en desproporcionar la actitud misericordiosa de nuestro Padre celestial (a quien le debemos una fortuna incalculable e impagable), con relación a la mezquindad que mostramos los hombres a la hora de tener compasión de nuestro prójimo (quien nos debe unas cuantas monedas): de ahí la cifra desorbitante de las veces que nos pide Jesús que estemos dispuestos a perdonar: ‘setenta veces siete’, es decir ¡siempre!, ya que siempre nos perdona nuestro Padre cuando le suplicamos que nos perdone.
Jesús acababa de explicar a sus discípulos que era necesario que agotáramos todos los recursos a nuestro alcance para reconciliarnos con quienes hemos tenido un diferendo: primero, hablar personalmente con esa persona para tratar de aclarar y superar el asunto; si no se consigue, buscar la ayuda de dos testigos-mediadores para tratar de solucionarlo; si tampoco hay respuesta, buscar la ayuda de toda la comunidad; y, en todo el proceso, contar con la oración, es decir, con la ayuda de nuestro Padre celestial (Mt 18, 15-20)
En esta valiosa parábola del ‘Rey misericordioso y el siervo despiadado’, que Jesús empleó para escenificar su respuesta a Pedro, nos recuerda lo que ya también nos había enseñado en el Padrenuestro: que tenemos que estar dispuestos a perdonar las ofensas de nuestros hermanos siempre que sea necesario, si queremos que Dios también tenga compasión de nosotros y de nuestras faltas.
Ora:
Dios bueno, Padre y Señor nuestro:
Sánanos, libéranos, transfórmanos.
Enséñanos a perdonar y perdónanos en la medida en que nosotros perdonamos.
Amén
Actúa:
“¿Perdonar?, ni bobo que fuera”; “Yo perdono, pero no olvido”; “Yo perdono y el otro abusa”; “Yo no soy Dios para perdonar”; “Perdonar es hacer prueba de debilidad”
Si viviéramos en un mundo perfecto, con ángeles en vez de hombres, en donde nadie le hace mal a nadie, ni nadie comete errores, seguro que no necesitaríamos hacer uso ni de la misericordia ni del perdón: todos santitos. Pero, no: vivimos en un mundo de humanos en donde necesitamos que nos perdonen setenta veces siete nuestros errores, y perdonar nosotros también setenta veces siete los errores de los demás.
Para ser dignos hijos de nuestro Padre del cielo, tenemos que perdonar a los demás sus faltas, como Él nos perdona a nosotros nuestras faltas. ¡Comienza hoy mismo!
Por: Delegación de la Animación Bíblica de la Pastoral, Arquidiócesis de Cali – Omar Herney Salgado Gómez, Pbro
Nota: Las breves plegarias fueron tomadas del Manual de Oraciones de la Espiritualidad Trinitaria de los Hijos de la Madre de Dios