En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor
Medita:
Porque dicen y no hacen…
Somos muy dados a decirle a los demás lo que tienen que hacer y resulta que a veces se nos olvida mirarnos en el espejo. Pero las palabras del Señor no son para unos sí y para otros no: la exigencia es igual para todos. En la comunidad de Jesús no cabe la separación: los que enseñan y los que practican. No, todos practican.
Las palabras dirigidas a los fariseos no son exclusivas para ellos sino que cobijan a todos los miembros de la Iglesia (23,1). Las palabras de Jesús cuestionan la vida espiritual: el propósito es que la Palabra descienda hasta lo más hondo e impregne nuestra vida, que ponga en crisis los criterios de comportamiento y sus motivaciones más profundas. Cuando esto no sucede, enseguida se manifiestan las patologías diagnosticadas por Jesús en este evangelio para que la gente los vea: agrandar las orlas del manto, ocupar los primeros puestos, recibir reverencias, que los llamen “maestros” (23, 3-7).
Por eso Jesús propone el camino de la unificación en Él: partir desde lo más bajo posible, como el servidor que se humilla. Esa fue su actitud fundamental que se manifestó finalmente en la Cruz.
La Cruz purifica el corazón y lo hace auténtico, despoja las apariencias y hace que brote la verdad del ser, coloca a cada persona en el lugar social correcto para que, levantando las cargas de los demás, todos juntos crezcan en la dirección del Dios Padre, Maestro y Guía en quien todo converge y a quien todo se dirige.
Ora:
Dios mío: Dame tu luz, para que yo vea con claridad.
Dame tu misericordia, para que yo sea misericordioso.
Dame tu humildad, para que yo sea humilde.
Dame tu entrega, para que yo me entregue.
Dame tu amor, esto es, lléname de Ti, para que yo sea amor.
Y, si hay obstáculos, que tú conoces, Señor, sepáralos de mi y lléname de Ti. Amén
Actúa:
¿En qué aspectos de mi vida todavía
no he sido impregnado por la Palabra de Dios?
En nuestro Bautismo fuimos revestidos de Cristo. No olvidemos que el problema no está en vestirnos de cristianos sino en “ser” cristianos y el ser cristiano emerge (brota, surge, aparece) de dentro, poniéndonos bajo el juicio de la Cruz.
¡Qué tan lejos están nuestros pensamientos de los pensamientos de Dios, y nuestros caminos de los caminos de Dios! (Is 55, 8-9)
Por: Delegación de la Animación Bíblica de la Pastoral, Arquidiócesis de Cali – Omar Herney Salgado Gómez, Pbro
Nota: Las breves plegarias fueron tomadas del Manual de Oraciones de la Espiritualidad Trinitaria de los Hijos de la Madre de Dios