Por: Miguel Ángel Otálora Solarte – Estudiante 4° año Escuela Diaconal Pablo VI
Hoy la Iglesia universal, y nuestra Iglesia particular de Cali se encuentra en sínodo, donde tenemos que aprender a sentir, enamorarnos y alegrarnos de la Iglesia, es decir, que vivamos como Iglesia, para así tener una experiencia de encuentro con Cristo, que nos compromete a la acción.
Recordando que el diácono permanente, es elegido por misericordia del Señor, en su función primordial de servir al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad, por eso hay que tener en cuenta que la pedagogía de la etapa formativa es un viaje orientado hacia la fe, en plena libertad, responsabilidad y rectitud de intención, donde no es un derecho adquirido sino un don de Dios.
De esta manera nuestro obispo, Mons. Luis Fernando Rodríguez, se ha querido reunir con los centros de formación arquidiocesanos, y en particular con nuestra escuela diaconal Pablo VI, y ha dejado visualizar unas características que nos ayudan a perfilar el candidato al diaconado permanente, en sus dimensiones pastoral, humano-comunitaria, académica y espiritual, de la cuales podemos destacar las siguientes:
- Acompañamiento espiritual de un sacerdote.
- Vida de oración.
- Experiencia eclesial en parroquia.
- Experiencia en grupos pastorales.
- Pastoral vocacional.
- Preparación escolar, formación permanente.
- Formación en homilética, teniendo en cuenta la variedad de feligreses.
- Madurez suficiente.
- Obediencia
Estas características permiten que el diácono permanente, en su doble sacramentalidad (matrimonio y el orden), se forme en responsabilidad, libertad y alegría, para así crecer en santidad de vida, con su comunidad.
Por eso el llamado es a los Diáconos Permanentes y a los candidatos al Diaconado, a que estén abiertos a la acción del Espíritu Santo, para profundizar y fortalecer estas características, con el fin de llevar a nuestra santa madre Iglesia por un camino cristrocéntrico de testimonio y caridad, y así llegar a las periferias para ser verdaderos compañeros espirituales de camino, con el más necesitado.