Bailar para esquivar la guerra

Por: Kelly Sánchez – Comunicaciones Pastoral Social Arquidiócesis de Cali

Vienen de Potrero Grande, al oriente caleño, un barrio de calles angostas y casitas de dos pisos en ladrillo limpio, lugar que, hasta hace algunos años, era la Cali a la que nadie quería mirar y mucho menos entrar.

Vestidos con uniformes de sudadera roja y camibuso amarillo, doce jóvenes -seis mujeres y seis hombres- de rostros sonrientes han llegado al Centro Cultural de Cali a mostrar cómo el arte los ha ayudado a esquivar la guerra en su territorio. En pocos minutos subirán al escenario a exhibir las danzas folclóricas en las que ya son expertos.

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Con un poco de miedo, pero con decisión imperturbable, Diana Moreno se paró una tarde con su tambor pequeño, en medio del parqueadero de su barrio, Potrero Grande, donde todos los días, jóvenes de pandillas se enfrentaban a muerte; riñas que habían cobrado vidas de inocentes. Los redobles de aquel tambor pronto llamaron la atención de algunos niños, que se acercaron curiosos, uno a uno.

Ese lugar se había convertido en un espacio intransitable por las guerras que ahí se libraban, y, sin embargo, Diana, quien había aprendido a tocar el tambor de manera empírica desde pequeña, seguía haciéndolo sonar.

A los seis niños que ese día se acercaron, Diana les propuso crear un grupo de danzas. Aunque surgieron dudas, todos aceptaron. Cada día, se daban cita en ese lugar para ensayar los bailes folclóricos que Diana había aprendido. Pronto empezaron a llegar tantos niños, que el espacio les quedó pequeño. Al ritmo de abozaos se tomaron el lugar.

“Cuando los pelaos se iban a enfrentar en el parqueadero, veían a sus primos, a sus sobrinos o sus hijos bailando danza, entonces evitaban pelearse allí. Así recuperamos ese espacio”, dice Diana, 16 años después de haber tenido la valentía de tocar el tambor en ese lugar.

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Las mujeres luciendo faldas anchas, maquillajes exóticos y candongas grandes, mientras los hombres, de pantalón blanco y sombrero de paja, todos descalzos y con pañuelos blancos, ya se han subido al escenario. Mueven sus cuerpos con la sabrosura que permiten los ritmos del Pacífico. Sonríen, menean las faldas, baten los pañuelos, alzan sus sombreros.

Algunos de los chicos que hoy bailan en ese escenario, son hijos de los primeros miembros del grupo de danzas que Diana Moreno creó después de tocar el tambor en ese parqueadero de Potrero Grande.

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Con los niños y adolescentes que llegaban a ensayar cada tarde al parqueadero, empezó el proyecto de la Fundación Semillas de Folclor, liderada por Diana, y que busca arrebatarle jóvenes a la guerra. Ahora son más de 130 los integrantes del grupo.

Desde hace cinco años que la Fundación cuenta también con el comedor comunitario Semillas de Bendición que, apoyado por la Arquidiócesis de Cali y la Alcaldía Distrital a través del Programa Corazón Contento, alimenta a más de 100 personas, entre niños, personas mayores y jóvenes que han sido parte del conflicto entre pandillas.

 Diana, quien es gestora principal del comedor comunitario, dice que la alimentación que se provee desde ahí ha sido fundamental en el proceso, pues con el estómago vacío ninguno de los pelaos ensayaría, ni se subiría a un escenario. Pero, además, el comedor se convirtió en una zona de tregua en medio de las llamadas fronteras invisibles.

“A través de la alimentación, los chicos del otro sector pueden pasar al comedor, lo que empezó a generar lazos de confianza. Ahora todos pasan de un lado a otro. El pretexto fue la alimentación; la alimentación evitó la muerte”, dice Diana, con un aire de satisfacción.

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Este día, en el Centro Cultural es el cierre de la estrategia Cultores 2023, gracias a la articulación con la Secretaría de Cultura de Cali, donde también otros comedores comunitarios muestran los resultados de sus procesos en los que el arte y la cultura fueron protagonistas.

El público aplaude entusiasmado ante el espectáculo folclórico de los jóvenes de Potrero Grande, que, en medio de un contexto hostil, aprendieron a bailar con la paz para hacerle el quite a la guerra.

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