Un acercamiento al pueblo afroperuano

Por: Equipo de Comunicaciones – Pastoral Afrocaleña

Edwin Mauricio Ruiz Segura se crió en los semilleros de su grupo de Pastoral Afro de la parroquia del barrio Charco Azul. Su amor por la cultura y los ritmos de la Costa Pacífica le ayudaron a crecer en la marimba, el bombo y el cununo. Era y es común encontrarlo en las eucaristías afro de la Pastoral en la jurisdicción de la Arquidiócesis de Cali y más allá. Es un joven de hablar breve, como mucha gente del campo, que solo dice lo indispensable y así su palabra es más contundente. Muchos niños, niñas y jóvenes como él se nutren en los semilleros infantiles de las parroquias más fuerte en su identidad afro. En ellos aprenden de su origen, las costumbres, los valores y la inmensa herencia africana de sus padres, entre muchas otras cosas que les alegran la vida y le preparan para sacar la cara por su pueblo.

Edwin ahora participa en festivales de música tradicional y fusión, como el Negro Fest de Medellín, el Top Show Colombo Folk Edition de Bogotá y, claro, el Petronio Álvarez de Cali.

Del 28 de abril al primero de mayo de este año participó en el IV Festival Internacional de Música y Danza “AfroChiclayo”, un intercambio con agrupaciones de Colombia, Ecuador y Perú. El Festival se realizó en tres ciudades de la costa norte peruana. “Chiclayo es una ciudad grandecita, en medio del desierto, con mar, con un muelle grandísimo”, cuenta Edwin. “Su infraestructura se me pareció a la de Ecuador y de Pasto”. Perú, de norte a sur, tiene la zona más seca del país; la interrumpen quebradas y valles fértiles donde se siembra de todo. En algunas subregiones se ven impresionantes montañas de colores y bosques de dunas, como si fuera el Sahara. Chiclayo es la segunda ciudad más grande en el norte y la quinta en el país, con casi 610 mil habitantes. Queda en el sur de una de las áreas más importantes para los afrodescendientes, con Zaña y Yapatera como centros importantes.

“Casi no hay negros, en el Festival alcancé a ver solo dos. Los mestizos son los que se apropian, se reconocen como afro; se le ve en los rasgos pero no en la piel, hablan como cualquier peruano”. Está más cerca de la herencia indígena y su tamaño y su concentración han hecho que el mestizaje sea más común.

A Edwin le contaron que cerca a Lima eran más. La Diócesis de Callao es una de las provincias más pequeñas de Perú, pero la más densamente poblada; se podría decir que es la costa norte de Lima. Ahí se celebró el IX Encuentro de Pastoral Afroamericana en 2003, dedicado al Rol y participación de la mujer negra en el desarrollo y construcción de las Américas.

 El pueblo afroperuano se hermana con el afrocolombiano en su herencia, sus expresiones culturales, sus luchas, su sufrimiento y su organización. Es mucho más pequeño que en Colombia y Ecuador, que tienen una población afro tres veces mayor, pero los 112 poblados donde se concentra sacan la cara por su identidad.

En el festival se pudieron celebrar sus ritmos: marinera, festejo, landó, tondero, zamacueca y contrapunto de zapateo. Algunas agrupaciones integran el violín, con sorprendentes similaridades con el uso del mismo instrumento en el Cauca colombiano. “Los ritmos afroperuanos se reconocen sus instrumentos, como la caja, la quijada de burro… Son ritmos ‘demasiado’ alegres, utilizan el bajo eléctrico también”. Edwin vio que tenían en común las congas (casi universales en América Latina), las vestimentas de las mujeres, con faldas largas, como las del Pacífico colombiano. Lo que sí es diferente es la forma de bailar: en el festejo, por ejemplo, se mueven más los brazos y la cabeza, más cerca del mapalé que del currulao o la juga. Al sur, en El Carmen, cerca a Chincha, el zapateo es el rey, desde el mismo momento en que se entra en la población, la más exitosa en su turismo de identidad afro. Se asemeja al baile de los hombres en el Pacífico, pero los pies tienen un protagonismo mayor, con bandas coloridas y brillantes sobre la ropa blanca.

Es mucho lo que se puede aprender de las realidades de los pueblos afro en las costas colombiana, ecuatoriana y peruana. Ecuador es el segundo productor mundial de camarón y Perú el segundo en harina de pescado. Esto anima a promover el desarrollo y superar el conflicto armado, que hasta pospone el intercambio comercial entre Tumaco y Esmeraldas, dos ciudades hermanas en nuestro Pacífico sur. Lo mismo puede decirse de Putumayo y la triple frontera, con una fuerte presencia afro en Puerto Limón y Puerto Asís. Necesitamos, cuanto antes, cuidar las hermandades que nos hacen bien y dejar de desperdiciar vidas y recursos por el conflicto interno.

Cali y el Pacífico tienen una fuerte población afro; les conviene recordar que en otras regiones, como Bogotá, la amazonia y la orinoquia, ya no es tan grande y requiere fortalecer su identidad, como se sucede en Perú. El valle del Patía, con una población afro invisibilizada y una desertización creciente, también le interesarían el uso de las tecnologías y el trabajo minucioso para sacarle comida al desierto, como lo hace la costa peruana desde hace siglos. El pueblo afroperuano, a su vez, podría aprender de las políticas públicas logradas en las grandes ciudades colombianas y el éxito creciente del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.

 

 

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