Por: Rosalba Lemos González
Magister en Desarrollo Humano
El cristianismo, aunque lo dudemos, es quizás la religión donde el cuerpo humano se torna más importante y es que nuestro principio de fe es: “Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1, 14).
Este 12 de junio la liturgia nos llevará a la celebración del Corpus Christi, ¿Cómo entender y vivir hoy esta solemnidad?
Corpus Christi son dos palabras en latín que significan cuerpo de Cristo y es una manifestación religiosa que festeja la presencia real del cuerpo de Jesucristo en la eucaristía, palpable en la hostia consagrada, ese día se recuerda la institución de la eucaristía que se llevó a cabo el jueves santo durante la última cena, al convertir Jesús el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, allí Él les dijo a sus apóstoles: “Tomen y coman; esto es mi cuerpo…” (Mt, 26, 26-28). Y así los hizo participes de su sacerdocio mandándoles a hacer lo mismo en memoria suya.
Esta solemnidad tiene su origen en 1264, cuando el papa Urbano IV la instituyó con la intención de que el pueblo cristiano redescubriera el valor del misterio eucarístico y debe celebrarse con Eucaristía, exposición del Santísimo y procesión; por cuestiones prácticas hoy se traslada al domingo siguiente.
Esta celebración hace honor al cuerpo vivo de Jesús, ese en el que corría sangre por sus venas, ese que caminaba cada día en búsqueda de los necesitados, que hablaba con marginados, que trabajaba en la construcción del Reino.
La Iglesia nos invita celebrar con frecuencia la eucaristía y en ella a comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo, es decir, a entrar en común – unión con lo que pensaba, sentía, predicaba y hacía Jesús de Nazaret; y para participar de la comunión se nos pide “estar en gracia de Dios”, porque el pecado va en contra de la voluntad de Dios, hace daño a otros y me hace daño a mí, y si no renuncio a ello no puedo unirme al proyecto de Jesús, a lo que Él hizo con su vida, con su cuerpo mientras estuvo en medio de nosotros.
La eucaristía no es un rito desconectado de las demás actividades de la vida, es una celebración en la que escuchamos la palabra de Dios y luego si nos sentimos comprometidos con Él, sellamos ese compromiso a través de la comunión, en donde Jesús se da a sí mismo completamente. Participar de Su cuerpo y Su sangre equivale a decir SÍ a entregar, a dar, a darse cada día por la dignidad propia y de otros. Con la promesa de “el que come de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6,51), porque es una vida que no termina, sino que se transforma en vida para otros, para el mundo.
Cuando salimos de Misa, debemos de salir alegres, orgullosos de renovar nuestro compromiso, decididos a cumplir con el mandato de Jesús “denles ustedes de comer” (Lucas 9,13). Al comulgar Jesús me dice: Cuento contigo para que cuides a los que más amo: los marginados y vulnerables, para que ellos tengan vida, para que reciban lo que necesitan, para sostenerlos, para curarlos en el aspecto de la vida que lo necesiten.
Como católico que frecuentas la eucaristía pregúntate:
- ¿Era consciente del compromiso que hago con Jesucristo cada vez que comulgo?
- ¿Qué necesito que Jesús me cure hoy, para atender su mandato de dar a otros de comer?
- ¿Qué estoy yo dispuesto a dar? ¿Me conformo con dar cosas o me doy a mí mismo?
Habla con Jesús y deja que Él te oriente la mirada y el corazón para que tu cuerpo actúe en real común- unión con Sus proyectos.