Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Arzobispo Arquidiócesis de Cali
Acabamos de tener la Visita Ad limina apostolorum.
Pedro nos habló en la persona del Papa Francisco, siempre tan afable, tan querido y cercano a cada uno de nosotros. Cómo recordó con gusto su visita a Colombia en el 2017 y cómo reiteró su invitación para que no nos diera miedo seguir dando pasos hacia una paz estable y duradera en nuestra nación colombiana. De nuevo nos motivó a que tomemos mayor conciencia de la necesidad imperante de caminar juntos, sinodalmente, en la búsqueda de las soluciones a los problemas que nos aquejan.
El Papa nos exhortó a no perder la esperanza, y a insistir, a tiempo y a destiempo, en el anuncio gozoso del Evangelio de Jesucristo. Esa es nuestra primera misión.
A los católicos de nuestra Arquidiócesis, y a todo el pueblo que habita estas hermosas tierras, el Papa, a través mío, les envió su Apostólica bendición. Acojámosla. Que el mensaje del Papa sea bálsamo y fortaleza para todos.
Con los sacerdotes que me acompañaron en la visita a la sede de Pedro, pudimos peregrinar, y elevar a Dios cánticos y oraciones en las basílicas patriarcales de Roma. Oramos, con ferviente devoción, junto a la tumba de San Francisco en Asís, pidiéndole que interceda para que su cántico de las creaturas y la oración por la paz, sean vividas plenamente entre nosotros. Pudimos acompañar a los dos sacerdotes que actualmente están en Roma estudiando y prestando su servicio misionero con la Asociación El Prado.
Una dimensión también muy importante y significativa fue la visita a la diócesis de Lérida, en España, y saludar allí al Obispo de esta diócesis donde desde hace muchos años la Arquidiócesis de Cali tiene presencia con sacerdotes en misión. Hace cerca de 60 años, fueron los sacerdotes de esta diócesis los que vinieron a Cali y entregaron aquí sus vidas, en especial en los sectores de Siloé y el Distrito de Aguablanca. Ahora, ante la dolorosa falta de sacerdotes en España, damos desde la pobreza, y un grupo de ocho entusiastas sacerdotes de nuestra Arquidiócesis están allí sembrando la semilla del Evangelio. Pudimos encontrarlos a todos, un grupo en Lérida, y el otro en Madrid. Estamos presentes en Lérida, Albacete, Valencia y Cádiz.
Damos gracias a Dios por todo lo que hemos podido aprender y crecer espiritualmente en esta experiencia, para mí la primera, de la visita a la tumba de Pedro como arzobispo.
Mayo es un mes cargado de celebraciones que están enmarcadas en la Pascua. Tendremos las solemnidades de la Ascensión del Señor y Pentecostés. Es Jesús que, resucitado y victorioso, sube al cielo, del que había venido. Sube, como bien lo decía, “a prepararnos un lugar”, para indicarnos que la vida del creyente debe tener como especial motivación ir al cielo. Esa es nuestra meta. Pero ese deseo debe estar complementado con el anuncio de la Buena Nueva a todos los hombres y mujeres del mundo. “¡Qué hacen ahí parados!”, dice el Ángel a los discípulos que se habían quedado perplejos cuando vieron que su Maestro subía al cielo. También a nosotros se nos puede estar diciendo que no nos podemos quedar parados, quietos; que tenemos que emprender la marcha por los caminos del mundo anunciando al Señor de la Vida.
Y ese anuncio sólo será posible, si estamos llenos del Espíritu Santo. Él es el dador de fuerza, de la sabiduría y de la ciencia para entender lo que Jesús enseñó, y para proclamar las gracias de la vida nueva que encontramos en el Resucitado.
Tendremos una experiencia bellísima, y es el Sínodo de los jóvenes. Pido a Dios que, en la vigilia de Pentecostés, este Sínodo sea la forma como podamos sentir el fuego del amor divino que nos envía nuevamente al mundo a la misión, con valentía y con el convencimiento de que solo en Dios está nuestra salvación.
Y será, finalmente, un mes mariano. Con Nuestra Señora del Rosario de Fátima, María Auxiliadora y María Madre de la Iglesia, especialmente, viviremos este tiempo de gracia, la Pascua. Que la llena del Espíritu Santo interceda por todos.